Por: Jorge Iván Herrera Méndez
Todos alguna vez nos preguntamos ¿Cuándo viviré experiencias inolvidables? ¿Cuándo será el día en que deje la rutina? ¿Cuándo conoceré otras culturas y tradiciones? Muchas veces hemos sentido que el estrés y estar siempre en el mismo lugar es motivo suficiente para viajar a otro lugar. Son las ganas de ver que hay un mundo exterior fuera del hogar o trabajo.
Cuando una persona viaja, se está preguntando todo el tiempo ¿Qué va a pasar? Son nervios por experimentar algo nuevo que nunca se ha vivido y la mayoría de las veces acabas aprendiendo cosas grandiosas. Conoces nuevas personas que no viven en tu ciudad, pruebas comida que creíste que no existía, eres tratado como siempre quisiste.
Viajar se ha convertido en un auténtico arte que te hace sentir que la vida es maravillosa. Tantos sentimientos en tan pocos días, hacen creer que todo debería ser así siempre. Y no cada vez que haya vacaciones.
En el trayecto hacia el destino, ves distintos paisajes y diferentes climas. Se podría ver un hermoso amanecer, una niebla misteriosa, una lluvia sonora y hasta un cielo despejado para poder deslumbrar las montañas.
Diferentes destinos pueden hacerte olvidar la realidad, puede ser una playa y sentir el clima tropical. Tomarte unas bebidas, como un ojo rojo o una piña colada. Frescura pura. No se puede olvidar meterse a la alberca y sentir la tranquilidad que tanto anhelaste en tu escritorio del trabajo. Y el mar, como puede ser que tanta agua nos haga sentir felices. Ver las olas, que rocen tus pies, sentir la arena. Es tratar de tocar lo más parecido al paraíso. En la noche, fiestas y bailes exóticos y tu cuerpo traicionándote para bailar cuando nunca imaginaste que algún día estarías en la pista.
O puede ser unos días en un pequeño pueblo a las afueras de la ciudad. Admirar las tradiciones, saborear su comida típica, ver a la gente ir a la iglesia con esa fe que los caracteriza. Pero sobretodo, en ese pueblo, es ver cómo la gente sonríe a pesar de no tener los lujos y riquezas. Se aprende que ellos aunque no tienen el dinero que ellos desean, mantienen una humildad admirable y te hace sentir bien.
Otra posibilidad de lugar puede ser ir a las montañas y hospedarte en alguna cabaña con la naturaleza de testigo. Prendes una fogata a las afueras o una chimenea en el interior de la casa. Pero aprecias el silencio como nunca, sabes que esa paz no estará siempre a tu lado. Porque cada segundo en esa localidad, vale oro. Tus acompañantes serán las plantas y los árboles, transmitiéndote un oxígeno puro y olvidándote de la contaminación por un rato. Tal vez se encuentre un lago, donde el sol se refleje y haga un paisaje único.
El punto es viajar y sentir. A donde sea, con quien sea, el día que sea. Viajar es acumular experiencias que algún día le contaras a tus hijos, sobrinos y nietos. Hazte un favor y explora el mundo exterior.