El verano pasado cumplimos un sueño familiar: visitar la vibrante ciudad de Nueva York con nuestros tres hijos de 8, 10 y 12 años. Desde el momento en que empezamos a planear el viaje, sabíamos que queríamos aprovechar al máximo cada día sin arruinarnos ni pasar largas horas en filas. Ahí entró en juego el New York CityPASS, un pase turístico que resultó ser nuestro mejor aliado para vivir una experiencia inolvidable en familia. Con este pase en mano, logramos visitar las atracciones más emblemáticas de la Gran Manzana de forma fácil, emocionante y ahorrando dinero, creando recuerdos que atesoraremos para siempre.

Planificando el viaje con CityPASS

Nuestra aventura comenzó mucho antes de subirnos al avión: en la fase de planificación descubrimos el New York CityPASS y enseguida nos convenció. ¿Qué ofrece este pase? Básicamente, por un precio fijo te da acceso a 5 de las principales atracciones de Nueva York . Incluye dos atracciones fijas y tres atracciones adicionales a elegir de una lista de opciones. En concreto, la CityPASS de Nueva York siempre incluye:

  • Observatorio del Empire State Building (entrada de día y de noche el mismo día).
  • Museo Americano de Historia Natural (entrada general más una exhibición especial, como el Planetario).

Y además puedes elegir 3 atracciones más entre varios lugares famosos . En nuestro caso, tras debatirlo en familia, optamos por:

  • Top of the Rock (mirador en el Rockefeller Center).
  • Estatua de la Libertad e Isla Ellis (ferry a Liberty Island con museo y audio guía incluidos).
  • Museo Metropolitano de Arte (Met) (uno de los museos de arte más grandes del mundo).

(Otras opciones posibles con CityPASS son el Memorial y Museo del 11S, los cruceros turísticos Circle Line, el Museo Intrepid del Mar, Aire y Espacio, o el Museo Guggenheim , pero nosotros elegimos las atracciones que más nos ilusionaban.)

La compra del CityPASS fue sencilla: lo adquirimos en línea antes del viaje y recibimos los boletos por correo electrónico. Nos enviaron un QR digital para cada uno, que podíamos llevar en el móvil o imprimir en papel . Escaneando ese código, entraríamos a cada atracción sin pagar nada adicional. Como familia tecnológica, optamos por la comodidad de los teléfonos. Confieso que al principio teníamos dudas sobre si funcionaría sin contratiempos, ¡pero fue muy fácil! De hecho, otra viajera comentaba que solo mostró el QR en su móvil en cada sitio y el personal lo escaneó sin problemas, sin necesidad siquiera de usar las copias impresas . Eso nos dio tranquilidad antes de partir.

Flexibilidad y simplicidad: Otra ventaja que nos convenció fue la flexibilidad. El pase no es de uso obligado en días consecutivos rígidos, sino que teníamos 9 días para usarlo desde la primera vez que lo activáramos . Esto significaba que en nuestro plan de una semana en Nueva York no tendríamos que apresurarnos a meter cinco visitas en pocos días; podíamos espaciar las atracciones y combinarlas con descansos y otras actividades. Además, no tuvimos que decidir inmediatamente qué tres atracciones opcionales visitar; pudimos elegir sobre la marcha según el ánimo de los niños y el clima . Para una familia, esa libertad de improvisar un poco es oro puro, porque los planes con pequeños pueden cambiar.

Reservas anticipadas: Dada la popularidad de algunos sitios, nos aseguramos de hacer reservas previas en línea para ciertas atracciones que así lo requerían. Con CityPASS fue bastante fácil: usando la app My CityPASS pudimos reservar horario para el Empire State y la Estatua de la Libertad, por ejemplo . En general, se exige reservar para el Empire State, el ferry de la Estatua, el Museo del 11S, los cruceros Circle Line y el Intrepid, mientras que en otras como Top of the Rock o Guggenheim solo es recomendable . Nos vino genial saber esto de antemano; de hecho, apreciamos que CityPASS es de las pocas tarjetas turísticas que permiten reservar horario en el Top of the Rock online sin tener que hacer fila en taquilla . Una vez hechas las reservas, guardamos los emails de confirmación. Al llegar a cada atracción, simplemente mostrábamos la reserva (cuando aplicaba) junto con el código QR de CityPASS, ya que ambos son necesarios para entrar . Este proceso nos ahorró tiempo en varias ocasiones, evitando la típica cola de compra de boletos en ventanilla donde vimos a muchos otros esperar; contar con todo reservado de antemano nos permitió entrar más rápido y con tres niños impacientes eso fue invaluable.

Con toda la logística organizada, partimos a Nueva York llenos de emoción. A continuación, les contamos día a día cómo fue nuestra experiencia storyselling – es decir, narrada de forma vivencial y emotiva – aprovechando la CityPASS en familia.

Día 1: Vistas desde las alturas – Empire State Building

Vista panorámica de Manhattan desde el observatorio del Empire State Building, donde nuestra aventura familiar comenzó con emoción.

Nada más aterrizar en Nueva York, decidimos estrenar nuestro CityPASS con un plato fuerte: el Empire State Building. La emoción de nuestros hijos era palpable mientras caminábamos por la Quinta Avenida y veíamos asomar entre los rascacielos la silueta inconfundible del edificio. Habíamos reservado para subir por la tarde y así tratar de coincidir con el atardecer. Al llegar, pasamos los controles de seguridad y nos dirigimos directamente a la entrada con nuestra reserva y códigos CityPASS. No perdimos tiempo comprando boletos – ya teníamos todo listo, una ventaja que agradecimos al ver la fila en las taquillas tradicionales a un lado. Los niños miraban asombrados los murales art déco del vestíbulo mientras el ascensor ultrarrápido nos llevaba en segundos hasta el piso 86.

Arriba, en el observatorio, nos recibió un panorama de 360 grados de la ciudad. Fue un momento mágico: los ojos de los niños se abrieron como platos al contemplar el laberinto de edificios, las diminutas calles con taxis amarillos y el resplandor del río Hudson a lo lejos. Nuestro hijo menor apretaba fuerte la mano de papá al asomarse (un poco intimidado por la altura al principio), pero pronto la curiosidad venció al miedo y empezó a señalar emocionado: “¡Miren, ahí está Central Park! ¡Y allí el puente de Brooklyn!”. La mayor de 12 años, que había leído sobre Nueva York, identificó el edificio Chrysler a lo lejos, orgullosa de sus conocimientos. Nos tomamos la clásica foto familiar con el skyline de fondo; fue imposible no sonreír, contagiados por la alegría y asombro de los niños.

Un bono sorpresa: Gracias al CityPASS descubrimos que la entrada al Empire State incluía una experiencia especial AM/PM, o sea, la posibilidad de subir dos veces en el mismo día (una de día y otra de noche) con el mismo boleto . Cuando se encendieron las primeras luces de la ciudad al atardecer, decidimos bajar a cenar algo rápido y volver más tarde esa misma noche para ver la ciudad iluminada. ¡Y qué buena decisión! Por la noche, Nueva York era un tapiz brillante. Volvimos al mirador alrededor de las 9 pm (con menos gente a esa hora) y al salir al aire libre los niños se quedaron boquiabiertos: ”¡Parece un cielo lleno de estrellas… pero son edificios!”. Ver la sonrisa en sus caras mientras señalaban Times Square destellando en la distancia y el Empire State iluminado con colores fue un momento emocionalmente inolvidable para mamá y papá. Nos abrazamos en familia en ese observatorio,  sentimos realmente que estábamos viviendo un momento único en nuestras vidas. Sin el CityPASS quizá no nos habríamos planteado subir dos veces (por costoso), pero así lo aprovechamos al máximo sin costo extra, creando un recuerdo doblemente especial.

Al bajar a la calle, con el viento nocturno aún despeinándonos, coincidimos en algo: solo era el primer día y Nueva York ya nos había conquistado. Exhaustos pero felices, regresamos al hotel listos para la siguiente aventura.

Día 2: Dinosaurios y estrellas – Museo de Historia Natural

El segundo día estaba dedicado al Museo Americano de Historia Natural, un lugar perfecto para nuestros pequeños curiosos. Desde la entrada, flanqueada por la imponente estatua de Theodore Roosevelt, los niños sintieron que se abría ante ellos un mundo de descubrimientos. Aquí también ingresamos sin complicaciones con CityPASS: mostramos nuestros pases digitales y pasamos directamente, mientras otras familias hacían fila en la taquilla de “General Admission”. A esas alturas ya nos habíamos acostumbrado a la comodidad de tener todos los tickets prepagados en el teléfono – ¡qué alivio para papá no tener que sacar la billetera cada vez!

Recorrer este museo con niños es una delicia. Sus ojos brillaban al entrar al Salón de los Dinosaurios, donde un gigantesco esqueleto de Tyrannosaurus rex parece darnos la bienvenida rugiendo en silencio. Nuestro hijo de 10 años, amante de los dinos, corría de una vitrina a otra señalando huesos fósiles de triceratops y alosaurios, asombrado de su tamaño. La de 8 años no paraba de hacer preguntas: ”¿De verdad este cráneo es real? ¿Cómo se extinguieron?”. Tuvimos conversaciones improvisadas sobre paleontología que nos hicieron sentir como en la película “Una Noche en el Museo” (por suerte, ¡ningún T-Rex cobró vida de repente!).

Además de la exhibición permanente, aprovechamos que con CityPASS teníamos derecho a una exhibición con boleto especial incluida . Elegimos el Hayden Planetarium Space Show, una proyección espacial en la enorme cúpula del museo. Durante 30 minutos, viajamos virtualmente por las estrellas y galaxias; vi de reojo a nuestro hijo mayor totalmente embelesado con los planetas. Al salir, nos bombardeó con preguntas sobre agujeros negros y vida extraterrestre. Fue hermoso ver cómo la experiencia encendió su curiosidad científica. ”¡Quiero ser astronauta!” nos dijo esa noche; quién sabe, tal vez esa semilla sembrada en el Planetario dé frutos en el futuro.

La visita al museo nos tomó buena parte del día (es enorme, más de 40 salas de exhibición), pero planificamos una pausa para almorzar en la cafetería, dar un respiro a las piernas y dejar que los niños procesaran tanta información divertida. Un truco para familias: el museo está junto a Central Park, así que tras la visita compramos unos helados y nos sentamos un rato en el parque, dejando que los niños corrieran y jugaran. Fue un balance ideal entre educación y ocio.

Al finalizar el día, comentando en el hotel, nos dimos cuenta de algo: habíamos pasado un día entero repleto de aprendizaje y asombro sin gastar nada extra en entradas, y sin escuchar ”¡estoy aburrido!” ni una sola vez. CityPASS nos facilitó la entrada y también nos motivó a aprovechar actividades como el Planetario que quizá habríamos omitido de otra forma. Esa noche los niños se durmieron hablando de dinosaurios y estrellas, y nosotros, los padres, nos dormimos contentos sabiendo que estábamos dándoles una experiencia enriquecedora.

Día 3: Rumbo a la libertad – Estatua de la Libertad y Ellis Island

¿Qué niño (y adulto) no sueña con ver de cerca la Estatua de la Libertad? Este día madrugamos con entusiasmo. Con CityPASS teníamos incluido el ferry de Statue City Cruises que te lleva a la Isla de la Libertad y Ellis Island , así que nos dirigimos temprano al muelle de Battery Park para abordar. Aquí sí encontramos bastante gente; incluso con reserva, hay controles de seguridad tipo aeropuerto y se forman filas grandes. Sin embargo, ya teníamos nuestros tickets electrónicos listos, lo que agilizó el proceso de obtener el pase para el ferry (básicamente intercambiamos nuestro QR de CityPASS por los boletos físicos del ferry en una taquilla especial). Recomiendo a las familias llegar temprano, porque los ferries se llenan y bajo el sol de verano la espera puede ser algo pesada para los peques. Llevamos gorras, agua y unos snacks, ¡y a ellos no les importó nada con la emoción de subir al barco!

Una vez a bordo del ferry, el ambiente era de fiesta. Nuestros hijos se asomaron a la barandilla sintiendo la brisa marina en la cara. Cuando la silueta verde de Lady Liberty comenzó a hacerse más grande conforme nos acercábamos, se escuchó un “oooh” colectivo entre los pasajeros. En nuestro grupo, la más pequeña literalmente saltaba de alegría gritando: “¡Es enorme!”. Verla en persona realmente impone, incluso a los adultos nos erizó la piel pensar en lo que este monumento ha significado para millones de inmigrantes que la vieron como símbolo de esperanza.

Desembarcamos en Liberty Island y aprovechamos las audio-guías incluidas (disponibles en español) para recorrer el pedestal y el museo de la Estatua . Aunque la corona no está incluida en el CityPASS ni en el billete regular (requiere comprar entrada específica con meses de antelación), eso no desanimó a los niños: estaban fascinados dentro del museo interactivo viendo cómo se construyó la estatua, y tomándose fotos con la antorcha original exhibida allí. La vista de Manhattan desde la isla también es preciosa, así que hicimos una pausa para un picnic improvisado con unas galletas que llevábamos, contemplando el skyline al otro lado del agua.

La siguiente parada del ferry fue Ellis Island, la isla donde llegaban los inmigrantes hace más de un siglo. Al entrar al Gran Salón histórico, les explicamos a los niños que posiblemente algunos de sus bisabuelos pasaron por allí buscando una vida mejor en América. Nuestro hijo de 10 años se quedó muy serio leyendo las listas de nombres de inmigrantes; creo que por primera vez dimensionó lo que esas personas vivieron. Fue un momento educativo y emotivo a la vez. La niña de 8, más impaciente, se entretuvo con las pantallas táctiles donde buscábamos apellidos familiares en los registros (no encontramos conocidos, pero fue divertido).

Después de tanto caminar, las energías empezaban a decaer. Por suerte, abordamos el ferry de regreso antes de media tarde y pudimos sentarnos a descansar mientras nos devolvía a Manhattan. Mirando a mis hijos con sus caritas cansadas pero felices, comprendí el verdadero valor de este viaje: más allá de las fotos turísticas, estaban viviendo lecciones de historia y empatía que no se aprenden en libros. Y todo eso, nuevamente, sin gastar de más, pues el CityPASS cubrió toda esta experiencia (ferry, museos y audio-guías). En contraste, otra familia que conocimos comentó que comprar esos tickets por separado les habría salido bastante caro, y quizá por eso mucha gente se salta Ellis Island; nosotros en cambio lo hicimos sin dudar gracias al pase.

Esa noche cenamos pizza en un sencillo local del barrio (¡era necesario reponer calorías!). Mientras los niños casi se quedaban dormidos sobre la mesa, mi esposo y yo chocamos nuestros vasos brindando silenciosamente: este viaje estaba superando nuestras expectativas y aún quedaban maravillas por descubrir.

Día 4: Arte y asombro – El Museo Metropolitano de Arte (Met)

Tras un par de días agitados, decidimos dedicar el cuarto día a un plan un poco más tranquilo: visitar el Museo Metropolitano de Arte, conocido cariñosamente como el Met. Para ser honestos, teníamos cierta incertidumbre sobre cómo reaccionarían los niños en un museo de arte – ¿se aburrirían? ¿se portarían bien? Aun así, no queríamos perdernos este ícono cultural de Nueva York. Y como storytelling familiar, resultó ser una jornada llena de gratas sorpresas.

Llegamos temprano al impresionante edificio del Met, en la Quinta Avenida junto a Central Park. Sus escalinatas frontales ya son famosas (escena de muchas películas y punto de reunión de neoyorquinos). Con CityPASS entramos directamente por la puerta de grupos/CityPASS, evitando la cola general de tickets. En realidad, el Met funciona con taquilla de donación sugerida para residentes locales, pero los turistas suelen pagar entrada fija (30$ adulto). A nosotros, el pase nos cubría las entradas, así que simplemente escanearon nuestros códigos y nos pusieron las típicas calcomanías redondas de visitantes. ¡Listo, a explorar!

Decidimos hacer la visita amena y no agotadora: nos enfocamos en algunas secciones que creímos que a los niños les encantarían. El ala de Arte Egipcio fue un éxito rotundo. Al entrar en la sala del Templo de Dendur (trasladado desde Egipto, con un estanque de agua que refleja la luz), nuestros hijos se quedaron maravillados. La de 8 años preguntaba si los faraones “vivían ahí mismo” y los chicos hicieron mil preguntas sobre momias al ver los sarcófagos decorados. Jugamos a ser arqueólogos un rato, descifrando jeroglíficos dibujados en las piedras.

Otra sección que les fascinó fue la Galería de Armas y Armaduras. Imagina a dos niños corriendo de vitrina en vitrina entusiasmados por ver armaduras medievales de caballeros, espadas, escudos y hasta armaduras de samuráis japoneses. ”¡Mira esa espada enorme, papá!” exclamaban. Creo que en sus mentes recreaban batallas épicas. Esta sala del Met es muy visual y kid-friendly, perfecta para mantener su atención. Incluso hubo un momento divertido cuando nuestro hijo de 10 años posó junto a una armadura montada en un caballo de exhibición, fingiendo ser un caballero – esa foto familiar compite como la más graciosa del viaje.

Para no saturarlos, hicimos una pausa en la cafetería del museo a media mañana, donde un chocolate caliente y unos muffins recargaron su energía. Hablamos de lo que más les había gustado hasta ahora. La mayor mencionó unos impresionantes vitrales europeos que habíamos visto de pasada; sorprendentemente, encontraba interesante el arte religioso antiguo. Contentos con su buena actitud, continuamos a las pinturas europeas clásicas (¡había que saludar a Van Gogh y Monet!). Obviamente, con niños pequeños no pretendes ver todo el museo – es gigantesco – pero seleccionando bien, todos disfrutamos. Cuando notamos que empezaban a inquietarse, decidimos que era suficiente por el día. Visitamos la tienda del Met a la salida y les compramos de recuerdo un pequeño libro ilustrado de mitología griega (inspirados por una estatua que les gustó) y una postal de “Los Girasoles” de Van Gogh.

Salimos del Met intelectualmente enriquecidos y emocionalmente satisfechos. Contra todo pronóstico, nuestros hijos no se habían aburrido; al contrario, cada uno encontró algo que le maravilló. Creo que la clave fue tomarlo con calma, enfocarnos en áreas llamativas para ellos y no forzar una visita maratónica. ¿Y el CityPASS? En este caso, además de ahorrarnos el costo, nos dio la libertad de entrar sin sentir “ya pagamos, hay que verlo todo a la fuerza”. Ir con el pase nos quitó presión económica y pudimos salir cuando los niños se cansaron, sin remordimientos por no “sacarle el jugo” a una entrada cara. Esa tarde, les dimos descanso con unas horas libres para jugar en un playground de Central Park cercano, porque también es importante balancear cultura con simple diversión infantil.

Al final del día, al verlos contarle por videollamada a sus abuelos sobre “los tesoros egipcios” que vieron, comprendimos que este esfuerzo valía totalmente la pena. Habíamos logrado que el arte y la historia cobraran vida para ellos en un contexto lúdico. Y probablemente, sin el CityPASS quizá habríamos omitido el Met para ahorrarnos dinero o porque temíamos su reacción – ¡qué bueno que no lo hicimos!

Día 5: Despedida desde el cielo – Top of the Rock y últimas aventuras

El último día importante de nuestro itinerario llegó casi sin darnos cuenta. Queríamos cerrarlo en alto, literalmente. Así que por la tarde nos dirigimos al Top of the Rock, el observatorio del Rockefeller Center, para una vista final de la ciudad. Con CityPASS, Top of the Rock fue una de nuestras atracciones elegidas y habíamos podido reservar el horario deseado previamente en la web . Escogimos subir cerca de las 5:30 pm para ver la transición del día a la noche desde allí.

El Rockefeller Center nos recibió con su clásica plaza (donde en invierno está la pista de patinaje y el famoso árbol navideño; en verano, mesas al aire libre). Subimos en un ascensor futurista con techo de cristal – los niños alucinaron viendo las luces LED en el techo durante el ascenso. Al llegar al mirador, ¡wow! Aunque ya habíamos visto la ciudad desde el Empire, la perspectiva desde Top of the Rock es única: estás justo frente al Empire State Building, que se erige majestuoso en el horizonte, y hacia el otro lado tienes una vista despejada de Central Park como una alfombra verde entre los rascacielos.

Nos esparcimos por las distintas terrazas de los pisos 67, 69 y 70. Los cristales de seguridad tienen espacios para asomar la cámara; aprovechamos para tomar la foto familiar con el Empire de fondo. Le pedimos a otro turista que nos ayudara y conseguimos retratar un momento muy especial: todos abrazados, sonrientes, con Nueva York a nuestros pies. El sol empezó a ponerse, tiñendo el cielo de naranja y rosa. Fue un momento hermoso y casi poético. Mi hija mayor, que a veces posa de indiferente preadolescente, no pudo ocultar su emoción: “Mami, ¡es el atardecer más bonito que he visto!”.

A esa hora se fue encendiendo la iluminación nocturna de la ciudad. Vimos cómo poco a poco las luces de los edificios dibujaban de nuevo la silueta de Manhattan en la oscuridad. Desde Top of the Rock incluso alcanzas a ver en la lejanía la silueta brillante del One World Trade Center y, si miras con atención, la pequeña antorcha de la Estatua de la Libertad. Contemplamos todo, guardando silencio por unos minutos, simplemente disfrutando el panorama en familia. Era nuestra despedida visual de Nueva York, y hubo algunas lagrimillas emocionadas (no diré de quién…).

¿Y los detalles prácticos? La entrada con CityPASS fue muy fluida aquí también. Aunque había bastante gente, al tener reserva nos unimos a la fila de la hora asignada y subimos sin contratiempos. No pagamos ni un centavo extra. Al bajar, salimos directo a Rockefeller Plaza donde improvisamos una mini-celebración final con helados para los niños y cafés para nosotros, sentados donde en invierno estaría la pista de hielo. Observábamos el ir y venir de la gente y sentíamos esa satisfacción dulce y melancólica de quien está culminando unas vacaciones soñadas.

Para rematar la noche, caminamos hasta Times Square una vez más para que los niños se despidieran de sus pantallas gigantes favoritas. ¡No querían irse de Nueva York! Ellos propusieron un juego: enumerar cada uno su momento preferido del viaje. Las respuestas nos enternecieron: la pequeña dijo “cuando subimos de noche al Empire State y me cargaron para ver la ciudad”, el mediano “los dinosaurios del museo, ¡y cuando papá se asustó con el tiburón en la exhibición de océanos!” (omití ese detalle vergonzoso antes, ¡jaja!), y la mayor “el atardecer de hoy en Top of the Rock, y la Estatua de la Libertad”. Nosotros, los papás, coincidimos: lo mejor fue ver sus caras de felicidad y asombro, y poder compartir estos momentos sin preocupaciones de logística o gastos imprevistos. Abraçados en medio del neón de Times Square, prometimos volver algún día.

Ahorro y beneficios: ¿Realmente vale la pena el CityPASS?

Más allá de la bella historia que vivimos, muchos lectores se preguntarán: ¿Conviene económicamente el CityPASS para una familia? En nuestro caso, la respuesta es un rotundo . Hicimos los cálculos antes y después, y comprobamos que ahorramos una suma significativa de dinero con el pase. El CityPASS de Nueva York cuesta USD $154 por adulto y $129 por niño (6-17), más un pequeño cargo de $2 de gestión por boleto . Para nuestra familia (dos adultos y tres niños) eso significó pagar alrededor de $705 en total por los cinco pases (ya con las tarifas). ¡Con un ahorro aproximado de $600 dólares!

Si hubiéramos comprado cada entrada de las atracciones por separado, el gasto habría sido muchísimo mayor. Veamos un comparativo aproximado de nuestro itinerario real:

No solo fue ahorro de dinero, también de tiempo y estrés. Al tener ya todo pagado y organizado, evitamos colas en taquillas en la mayoría de sitios, que en temporada alta pueden suponer 30-60 minutos bajo el sol . Con CityPASS entrábamos por accesos ya sea especiales o directos tras canjear la reserva, lo cual con niños inquietos hizo nuestra visita más fluida. Ojo, no significa que saltas todos los controles o filas (tuvimos que hacer las de seguridad como todos), pero sí eliminamos la compra in situ de boletos, que es donde se pierde mucho tiempo.

Otra ventaja fue la flexibilidad del itinerario. Como mencioné, al ser válido por 9 días, pudimos repartir las visitas sin prisa . Algunos pases turísticos estilo “todo lo que puedas ver en X días” obligan a correr de un lugar a otro para amortizarlos; en cambio CityPASS, con 5 atracciones en 9 días, nos permitió un ritmo más relajado, ideal para una familia con niños. Incluso un día inesperadamente lluvioso hubiéramos podido mover una visita para otro momento sin perder el beneficio. También valoramos que no sentimos la presión de “tenemos que verlo todo” en cada sitio solo porque pagamos entrada. Por ejemplo, en el Met nos retiramos cuando los niños se cansaron, sabiendo que podríamos usar otro día para otra atracción sin problemas, en vez de forzarlos a seguir para “sacar el jugo al dinero”. Esa tranquilidad no tiene precio.

Además, la simplificación en la planificación fue notable. Un solo pago, un solo pase digital agrupando todo, y un solo lugar (la app) para hacer reservas cuando necesario, en lugar of comprar cada ticket por separado en distintas webs con diferentes reservas y comprobantes. Esto redujo mucho la carga mental de organizar el viaje. Como bien resume una guía turística: “Con la CityPASS, tanto las atracciones como el precio y la duración son fijos, así que hay mucho menos trabajo de organización” . ¡Y vaya que lo confirmamos!

Conclusión: Recuerdos para toda la vida gracias a CityPASS

Nuestra historia familiar en Nueva York resultó ser mucho más que un viaje turístico. Fue un tiempo de conexión entre nosotros, de aprender juntos y de maravillarnos ante el mundo. El New York CityPASS fue, sin exagerar, una pieza clave para que todo saliera tan redondo. Nos permitió cumplir el itinerario soñado – desde las alturas del Empire State y el Top of the Rock, hasta los tesoros del Museo de Historia Natural, el arte infinito del Met y la inspiración de la Estatua de la Libertad – de forma económica, cómoda y sin contratiempos.

Lo mejor de todo es que nos enfocamos en disfrutar, en vez de preocuparnos por logística. Evitamos compras de último minuto, ahorramos dinero (que invertimos en otras alegrías del viaje) y optimizamos nuestro tiempo. Como padres, apreciamos enormemente cualquier herramienta que nos facilite viajar con niños, y CityPASS fue justo eso: facilidad y ahorro con garantía de experiencias top.

Meses después, aún escuchamos a nuestros hijos contar emocionados anécdotas de Nueva York a sus amigos. Para ellos no fue solo “ver edificios”, fue vivir aventuras: sentirse exploradores en un museo, navegantes rumbo a la estatua, astronautas en un planetario o fotógrafos en los miradores más altos. Esos recuerdos y conocimientos que se llevaron nadie se los quita. Y nosotros nos sentimos felices de haberles regalado ese verano mágico.

Si están pensando en viajar a Nueva York en familia (o incluso en pareja o con amigos) y quieren visitar las principales atracciones sin arruinarse, recomiendo sinceramente considerar el CityPASS. En nuestra experiencia, valió cada dólar. No solo por el ahorro, sino por la simplicidad y la motivación que nos dio para aprovechar la ciudad al máximo. Como decía otro viajero satisfecho, “CityPASS hizo nuestro viaje muy agradable… definitivamente nos ahorró tiempo y estrés durante las vacaciones!” . Nosotros no podríamos estar más de acuerdo.

Al final del día, un viaje exitoso se mide en sonrisas y recuerdos. Y viendo nuestras fotos familiares, las risas capturadas y las historias que aún contamos, sabemos que tomar la decisión de usar CityPASS fue acertada. Nueva York nos despidió con un brillo especial, pero no era solo la ciudad: era nuestra propia felicidad reflejada. Gracias a una buena planificación y a herramientas como CityPASS, convertimos un viaje en una aventura inolvidable. ¿Repetiríamos la experiencia? ¡Sin dudarlo! Y esperamos que nuestra historia inspire a otras familias viajeras a dar el salto, porque la Gran Manzana, con sus luces y maravillas, bien vale la pena – y si es con un CityPASS en mano, mejor todavía.

Puedes comprar tu CityPASS en https://es.citypass.com/new-york

¡Hasta la próxima aventura!

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