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Las preguntas llegan de todos lados; nos las formulan nuestros familiares, amigos, conocidos y la gente que nos cruzamos durante el viaje. Nos las hacemos nosotros, cada día, cada vez que el recorrido parece volverse rutina. Y las respuestas cambian, se hacen más sólidas, tienen más sentido. ¿Por qué nos fuimos A la Vuelta al mundo?

Una respuesta que nos gusta dar es, justamente, otra pregunta: ¿por qué no?

Si nuestro sueño es viajar por el mundo, si lo que nos hace felices como ninguna otra cosa es conocer nuevos lugares, realidades y personas, ¿por qué deberíamos dejarlo para después?

La primera vez que subimos a un avión fue cuando teníamos ya 18 años. No podemos decir que somos viajeros de toda la vida, que nuestros padres nos inculcaron recorrer el mundo desde la cuna ni que las vacaciones de nuestra familia eran cada año a un destino exótico diferente.

Cuando viajamos en aquel momento no sabíamos nada de nada. Ni siquiera que nos encantaba esa vida. Tampoco lo entendimos en nuestro primer vuelo ni hubo un día en que dijimos “ya está, es clarísimo”.

Conocer el mundo empezó como sueño y devino en obsesión. La diferencia de culturas hace que cada país encarne distintos mundos, que se vean formas diversas de concebir la vida y la muerte, el amor y la venganza, las costumbres y los placeres. Quedarnos siempre donde nacimos sería resumir el universo a un barrio. Más cómodo pero también mentira; más seguro pero muy aburrido.

Con el tiempo, esa idea de viajar se convirtió en un sueño al que casi habíamos renunciado; de esos que sabemos que no se van a cumplir pero que nos gusta tener en la lista. De los que cumpliríamos de a una semana por año. Cuando salíamos de vacaciones volvíamos con fuerzas para dejar todo y volar, pero la rutina hacía lo suyo y otra vez, elegíamos la vida que nos quedaba más a mano. Hasta que las cosas cambiaron.

Empezó a tomar fuerza la idea de hacerlo realidad. Nuestra familia, a la que extrañamos mucho, estaba en una situación estable: no precisaba nuestro cuidado ni nuestro trabajo para sobrevivir; no teníamos pareja, no estábamos en el medio de ningún estudio que quisiéramos terminar antes de partir ni sentíamos que nuestros trabajos eran de esos a los que es imposible renunciar. Una mezcla de momento justo y decisión firme de querer dar el paso.

 

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Por todo eso, un días nos fuimos de viaje. Empezamos de a tres: estaba Alex, mejor amigo y hermano natural que hace poquito se fue para cumplir otro sueño. Se concretó algo que quisimos durante muchos años, que no parecía posible durante muchos otros, que comenzó a asomar como algo real 12 meses antes de volar y que es un hecho hace ya dos años. Nos fuimos de viaje por el mundo, sin destinos prefijados, sin plazos preestimados ni recorridos prediseñados.

Hasta ahora hubo escala de un ratito en Santiago de Chile, un día en la misteriosa Isla de Pascua, diez días en la paradisíaca Tahití y llegar a Sydney para trabajar seis meses que siguieron con otros seis en Melbourne.

Luego tocó vivir en un auto por casi tres meses en Nueva Zelanda, volver a Australia para recorrerlo a dedo, seguir para China, Vietnam, Tailandia, Camboya e India. Llegamos a Europa Oriental para conocer Hungría, Bosnia y Herzegovina, Serbia, Montenegro, Croacia y Eslovenia.

Saltamos a Israel y luego empezamos a recorrer Ruisa con el tren Transiberiano como guía. ¿Qué nos queda? Nadie lo sabe. Lo único seguro es que será genial.

Nos fuimos A la Vuelta porque Mahatma Gandhi dijo una vez: “Realmente soy un soñador práctico; mis sueños no son bagatelas en el aire. Lo que yo quiero es convertir mis sueños en realidad”. Y Nosotros no somos Gandhi pero también queremos eso.

Nos vemos A la Vuelta!

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